Lo que más triste me parece en esta
vida, es comer solo. Sólo si no es por decisión propia. La cocina,
con azulejos de piso de alquiler, con manchas que sola, se ven más.
Este espacio que, sola, se hace más largo, anodino, y el fondo,
donde se adivina la habitación, parece tomado con un gran angular.
Calientas la sopa del día anterior,
mientras tanto miras el extractor y sabes que debes volver a mirar la
sopa. Te repites que has de hacer limpieza. Ahora recuerdas a tu
amigo Migüel de la facultad, separado de una novia que le abandonó
por otra mujer , demasiado mayor para estudiar fotografía, que se
autorretrató comiendo otra sopa en su comedor. En el momento no lo
entendiste, pues siempre has vivido rodeada de tres hermanos, sin
cuarto propio, y jamás habías podido comer sola. Incluso cuando
engullías deseando que desapareciesen haciendo piruetas hasta
vomitar en el baño.
Tú y la sopa. En cualquier plato. Sin
sorber, aunque nadie te oiga. Sin vomitar. Ya estás curada.
Te preguntas: ¿Y si fuera viuda?
Espero acabe pronto esta semana.
Que mi amor vuelva del trabajo.
Y dejar de comer sola.
De momento no soy viuda.
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